Cerrar la puerta

Abrir no es fácil. Dar un primer paso sobre un camino aún no transitado da vértigo. Las expectativas creadas o el futuro incierto genera que la mano se agarrote, el brazo se encoja y las piernas se petrifiquen. Aun así, conseguimos abrir puertas, hacer caminos y crear estelas en el mar.

Cerrar, sin embargo, parece más sencillo. Quizás porque el final parece inevitable. Parece que no hay decisión posible en el final. Se tiende a pensar que el final viene dado por un deterioro, un cansancio o una traición, por ejemplo. Un desencadenante, tácito o explícito, que hace que ese camino se agote, esa puerta se cierre o esa relación se termine. A veces, la corriente que origina una puerta abierta hace que, esta vez sí, de manera inevitable, se cierre otra puerta de un portazo. Continue reading

Lisboa

Casi nada está a salvo de los turistas. Somos una ola que golpea constante sobre la costa desgastándola poco a poco. A veces, las olas se convierten en un tsunami y en poco tiempo arrasan esa costa y la transforman completamente. Cuando viajo intento convencerme de que no, de que yo no soy un turista como los demás, que yo soy un viajero de los buenos, de los que se mezclan e interactúan con el lugareño. Es mentira, claro.

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Más falso que Judas

Hace unos años di con una excusa insuperable para justificar mi fracaso en cada intento por mantener un diario escrito: “Estoy más preocupado por vivir mi vida que por escribirla”. No me negarán que como coartada es de lo mejor que han escuchado. Una de esas frases sólidas, sin grietas, macizas. Puro ladrillo conceptual. Una pena que fuese más falsa que Judas. Es cierto que siempre empezaba estos diarios, porque han sido varias las intentonas, en momentos clave de mi vida o, si no clave, sí correspondían a puntos de inflexión en los que sentía el impulso de narrar y de dejar por escrito, quién sabe para qué o para quién, el desarrollo de esos momentos clave, de esos puntos de inflexión.

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Necesitamos los huevos

Para Estefanía

Hubo una época en la que los videoclubs aún estaban abiertos. La gente daba vueltas por entre las estanterías buscando la película ideal para ese domingo insulso o para ese sábado de palomitas. Una vez, mientras yo hacía uno de esos paseos en los que miraba sin mirar, esperando que alguna película me llamara, literalmente, la atención, me paré cerca de una pareja que se encontraba en la misma tarea que yo pero le ponían más empeño. Toqueteando alguna de las carátulas, los dedos de él alcanzaron ‘Antes del atardecer’, una película de Richard Linklater sobre el reencuentro, nueve años después, de una pareja en París. Cuando lo advirtió, ella dijo : «Esa no que solo hablan». Es una de mis películas favoritas. Y lo es precisamente por eso. Porque solo hablan.

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Flamencos

Los flamencos cuando nacen son grises como la ceniza. Su característico color rosa lo van adquiriendo, poco a poco, con el tiempo, a medida que su alimentación rica en carotenoides, unos pigmentos orgánicos, va tintando sus plumas. La intensidad de este color viene determinada en función de la cantidad ingerida de estos pigmentos.

Siempre he entrado a la literatura por sus márgenes, por sus orillas, por sus meandros. El gran caudal, ese flujo imponente de novelas y grandes nombres siempre me ha parecido abrumador y poco interesante. Me he perdido emociones literarias fundamentales, seguro, pero he descubierto detalles que de otra manera no creo que hubiera conocido. Descubrí a Wilde a partir de su correspondencia, a Shakespeare por sus sonetos, a Emily Dickinson por sus cartas, a Pla por su diario y a Vila Matas por sus columnas. Puertas de servicio por las que acceder a universos paralelos. Espacios donde uno alimenta su mirada.

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Rutina

Las olas del mar rompen rítmicas contra la arena negra del pequeño puerto. Pocos minutos antes de las nueve de la mañana, un hombre, de aspecto despierto, con un cigarrillo justo debajo del bigote, pelo peinado hacia atrás y un polo amarillo chillón acerca cuatro sillas de plástico a la mesa de jardín que queda en la esquina de uno de los bares que miran a la playa y que aún está dormido, limpio de trajín y turistas. El hombre se sienta en una de las sillas, saca un mazo de cartas de la baraja española y comienza a mezclarlas aleatoriamente, como el futbolista que sale al campo a calentar en los minutos previos al partido. Como avisados por un silbido sordo, aparecen por el paseo, desde diferentes puntos los que, segundos después, serían sus compañeros de partida. Tampoco tarda en llegar el público. Comienzan así un juego que dura al menos tres o cuatro horas. Todos los días el mismo ritual, todas las mañanas la misma rutina. El conteo de los puntos, las pugnas por llevarse la mejor mano y las risas de los presentes se cuelan por el balcón del apartamento turístico en el que nos hospedamos Marieta y yo desde hace unos días para disfrutar de la isla y, como dice el tópico, romper con la rutina.

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La camiseta

Tenia mi mente en blanco mientras colgaba, el otro día, la ropa recién sacada de la lavadoraen el tendedero que tengo en el cuarto de baño. Iba siguiendo ese orden que cada uno se marca a la hora de poner a secar su ropa.Bendita rutina protectora. No es nada especial pero sí es tu manera de hacerlo. Como la opinión que tenemos sobre las cosas: cada uno tiene una. Pues lo mismo pasa con la forma de colgar la colada en el tendedero. Como digo, la mía no es especial: en una parte del artilugio pongo la ropa interior, las camisas las cuelgo en perchas y el centro lo reservo para pantalones y camisetas. Desenredo cada prenda, la sacudo y la sujeto con pinzas.

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