La poesía del pornógrafo

Con bigote, pipa y una guitarra, Georges Brassens revolucionó la música francesa cantando a la gente a los ojos. Un humanista libertario y burlón que hace 35 años murió mirando al mar.

Brassens_pag1Bilbao. Una escuela de cine trabaja en el guión de un documental. Los actores elegidos, todos jóvenes promesas del centro, comienzan a leer sus textos en una sesión conjunta. Leen en voz alta, como en un diálogo improvisado : «Cuando se trata de apalear a la pasma/ todo el mundo se reconcilia »,« El tiempo no tiene nada que ver/ cuando uno es imbécil, es imbécil », « Pues sí, soy cornudo tengo astas en la cabeza », «  Entonces, conmovido, la senté sobre mis rodillas/ para contarle las costillas ». Se miran los unos a los otros sorprendidos, con sonrisas socarronas, hasta que uno pregunta : « ¿Pero quién ha escrito esto? ». Georges Brassens. Sus canciones nos llevan, incluso 35 años después de su muerte, por el camino desenfadado y comprometido de la libertad.

«Todo el mundo me señala con el dedo/ salvo los mancos, quiero y no puedo». En uno de sus pequeños cuadernos en el que escribía ideas y citas, Georges Brassens apuntó una fecha : 24 de enero de 1952. Una simple línea que cambiaría su vida para siempre. Brassens había decidido dedicarse a la canción pero estaba desesperado. Hasta el punto de querer tirar la toalla. Después de varios años recluido escribiendo y componiendo, consiguió tocar en algunos tugurios parisinos pero el público no era el más receptivo. Ese día, un amigo le consiguió una cita con Patachou, una artista de cabaret muy conocida que tenía su propio local en Montmartre. Y allí, con el club lleno, apareció Brassens con su guitarra, la pipa, el bigote y una timidez impropia de un hombre decidido a ser artista con los treinta a punto de caer sobre sus espaldas.

Al final de la noche, Patachou le ofreció el escenario. Georges subió, apoyó el pie en una silla y lanzó La mala reputación. Tras una carcajada la cantante dijo : «Este tío es extraordinario ». Volvió varios días más, Patachou cantó algunas letras de Georges y menos de un mes después, estaban de gira por Bélgica con Brassens como telonero. Le cuidó, le protegió y le dio en el escenario la confianza que ya mostraban sus letras. Cuentan que durante esa primera gira, antes de llegar a París y triunfar, Patachou se sentaba en primera fila todos las noches para tranquilizar a su pupilo y desde entonces, amigo. Al final de su carrera, Brassens dijo de ella : «Se lo debo todo. Desde que debuté con ella todo ha ido bien. Nada se ha parado ». Décadas después, Patachou diría de él que « era completamente imprevisible, pasaba de todo y, sobre todo, de lo que pensara la gente ».

« Un rinconcito de paraguas/ a cambio un trozo de paraíso/ tenía algo de ángel/ un rinconcito de paraíso/ a cambio un trozo de paraguas ». Putas, cornudos, borrachos, polis, jóvenes, viejos, curas, ingenuos, resabidos, doloridos, campesinos, emigrantes, tenderas voluptuosas, ladrones enamoradizos, gorilas cachondos o gatos caprichosos. « Todo el mundo es capaz de encontrar a su Brassens porque le canta a todo y para todos.», asegura Joaquín Carbonell. El cantautor y escritor aragonés ha interpretado, en dos discos, las canciones en español de un autor que admira.

El universo de Georges está lleno de gente, está lleno de bares, de bancos, de calles, de mercados y de plazas. El caso es que el universo de Georges se parece mucho a la vida. Y como tal, es capaz de cantar al primer amor como « el último regalo de Papá Noel » o si canta «cuando pienso en Fernanda, me empalmo, me empalmo » mantiene viva la calenturienta imaginación de un hombre mayor. Brassens decía que « una canción es como una especie de carta, un pequeño grito que doy. Es una carta a un amigo, a los amigos ». Una vez, un colectivo de prostitutas de París le respondió con una carta manuscrita agradeciéndole la dignidad con que les trataba en una canción. La directora del Espacio Georges Brassens, donde se puede ver y leer esta misiva, asegura que « con sus canciones, contribuyó a hacer evolucionar la canción, un arte popular, en arte mayor ». Nicole Cassagne cree que el museo « ayuda a perdurar una obra cuyos temas, como el amor, la amistad, el altruismo, el inconformismo o la muerte, son intemporales y resuenan en nuestras vidas ».

Los amigos, primero

« Ante el menor golpe duro/ la amistad les tomaba la delantera/ ella les mostraba el Norte/ les mostraba el Norte/ y cuando estaban en peligro,/ cuando sus brazos enviaban SOS/ parecían semáforos/ los amigos primero». Como aquel verso de Gil de Biedma, Brassens se dejaba ser en amistad. Su vida es incomprensible sin amigos. A lo largo de su camino va encontrando gente valiosa que cuida y nunca abandona. Aunque según él, en el colegio era « un alumno invisible » ya formó una sólida cuadrilla de amigos que, lejos de olvidar, protagonizarán el resto del camino.

Durante la segunda guerra mundial le destinaron a un campo de trabajo obligatorio. Allí encontró a nuevos miembros de su escuadrón de amigos. Entre ellos, el primer cantante de sus letras, su biógrafo y su fiel secretario, Pierre Onteniente. Y además, apareció ella, Joha Heinman, la mujer con la que compartiría sus canciones, su vida. Todo menos el mismo techo.

Volvió a París con un permiso de trece días que él convirtió en indefinido y se refugió en una casa al final de un callejón. Jeanne y su marido le acogieron como a un hijo y fueron su primer público. Su pérdida no fue fácil para Brassens : « Cada vez que pierdo a un amigo, muero ».

En las tablas del club de Patachou encontró a Pierre Nicolas, un contrabajista de orquesta que en el debut de Brassens decidió ayudarle e improvisó una línea de bajos sobre la guitarra del nervioso aspirante. Nunca más se separaron.

A pesar de la fortaleza de sus amistades y la popularidad de la que gozó, no era amigo de cualquiera : « Si quieres estar abierto a todas las amistades posibles, no serás amigo de nadie ».

El cancionero de Brassens funciona a modo de album familiar de fotos. Todas aquellas personas importantes en su vida aparecen, de una u otra manera escondidos en sus versos. Escuchar sus canciones es compartir su amistad como se comparte una sobremesa.

«Ya que hoy me gano el pan/ contando chabacanerías/ ya no pienso ‘mierda’ más/ sino que lo digo/ Soy el pornógrafo del fonógrafo». Gracias a un profesor de literatura de la escuela, descubrió una de sus principales vocaciones. Brassens fue un gran lector durante toda su vida. Ese maestro le descubrió, cómo no, al otro hijo insigne de su pueblo, Paul Valéry y a partir de ahí, llegaron François Villon, Paul Fort o Mallarmé, una auténtica revelación para él. Y tan pronto como el joven Brassens se sumergía en la lectura también lo hacía en la escritura. En los años cuarenta publicaría su primer libro de poemas pero pronto empezó a escribir canciones para sus amigos. Joaquín Carbonell asegura que « aunque puede parecer lo contrario, Brassens trabajaba muchísimo las letras, las pulía mucho antes de darlas por terminadas ».

Georges se ríe constantemente de sí mismo y de ciertas críticas recibidas por usar insultos y expresiones procaces en sus canciones pero lo cierto es que, además, usa palabras y expresiones sacadas de un francés antiguo en las que apoya ese deseo de hacer canciones cantables, compartidas. « Soy puñeteramente medieval », diría en un momento dado. Gracias a eso y al apoyo de artistas como René Clair y Marcel Pagnol, Brassens recibió el premio nacional de Poesía en 1967.

brassens_pag2Brassens convive con gigantes del pop como Brel, Gréco, Aznavour, Ferré, Bécaud y algunos críticos le achacaban una pobreza musical en sus canciones. En su única visita a Québec, en 1961, él lo explica en una entrevista : «  Cuando yo canto ante el gran público es como si cantara en la cocina de Jeanne, con el pie en un peldaño, enseñándole mis nuevas canciones. Ese es mi credo. Por eso no hay ningún artificio en escena. Un poco como la madre que canta a sus hijos ». Carbonell añade que « Brassens es tan bueno como los Beatles componiendo melodías ». E insiste : « Lo bueno de sus canciones, lo cual es uno de los factores por los que aún perduran, es que no están cerradas, cualquier artista entra y encuentra matices y melodías diferentes, cosa que no pasa con otros artistas de su época ».

La respuesta individual

« Morir por las ideas, la idea es excelente./ Yo casi muero por no haberla tenido/ ya que todos los que la tenían, multitud abrumadora,/ gritando hasta la muerte me cayeron encima». Brassens era libre e iba por libre. Su rechazo a la autoridad, a evitar el camino marcado que sigue el rebaño o sentir admiración por los desobedientes y los marginados hizo que su figura apareciera como un ejemplo cercano para una sociedad que necesitaba nuevos ejemplos. Pero él evitó coger cualquier estandarte. « No tengo una respuesta colectiva », escribió en uno de sus diarios. Durante mayo del 68, Brassens fue criticado por no apoyar ni participar publicamente en la revuelta estudiantil. En ese mismo diario, aclara : « Los estudiantes y los obreros no me necesitan, se defienden solos; creo que su lucha es legítima pero no necesitan la violencia; ¿Qué les habría dicho? Yo en las barricadas : con mis dos riñones destrozados, ¡ni en sueños! ». Brassens tenía 48 años y sufría de cólicos crónicos.

Su receta de libertad era individual : « La única revolución posible es mejorar uno mismo esperando que los demás hagan lo mismo. Créeme que es el único camino ». Pierre Schuller, un experto en la figura de Brassens, preside la asociación Auprès de son arbre consagrada a su vida, obra e influencia y está convencido de que ese mensaje de máxima libertad individual y respeto colectivo le hace estar vigente e incluso ser necesario en la actualidad. Asegura Schuller, incluso, que « Francia ha perdido la mirada humanista de Brassens ».

« ¿Tengo, para ser la comidilla escandalosa/ que batir el tambor con mis genitales?». En 1969, Brassens llenó, durante tres meses, la famosa sala Bobino de París. Una consagración definitiva a su carrera. En uno de esos conciertos, grabado para televisión, se dispone a cantar Los amigos, primero con la única ayuda de su guitarra y de su inseparable Pierre Nicolas. Como siempre. Pero poco a poco, y sin él saberlo, por detrás se van añadiendo instrumentos hasta acabar con el acompañamiento de una gran orquesta. El cantante nota algo raro y entonces el publico, cómplice, se pone en pie y comienza a aplaudir. Brassens no sabe qué hacer ni dónde meterse. Acepta la ovación como aquel tipo nervioso que se presentó en el club de Patachou tiempo atrás.

El poeta Francisco Javier Irazoki, vecino de París más de veinte años, siempre cuenta que « en Francia hay pocas cosas que generan unanimidad, y Brassens es una de ellas ». Este señor con pipa vendía miles de copias, participaba en programas y películas y fue retratado por Doisneau. Todos querían estar cerca de él. Una popularidad natural que no quiso ensanchar ni forzar y que se mezclaba con el respeto de sus colegas. En el mismo año del concierto, por ejemplo, una emisora de radio juntó en una conversación única a Leo Ferré, Jacques Brel y Georges Brassens. Nicole Cassagne tiene claro de dónde viente tanta pupularidad y respeto : « El personaje y su obra es una misma cosa. A pesar de ser muy célebre, Brassens supo seguir siendo él mismo ».

« Justo al lado del mar a dos pasos de los oleajes azules/ cavad si es posible un agujerito mullido/ un buen nicho acogedor/(…)/ en esta orilla donde la arena es tan fina. » Georges nunca perdió el norte, que en su caso era el sur. Era Sête. Era el mar. Un horizonte que le vio nacer y que le vio morir. Una vez dijo que « lo ideal sería no nacer en ningún sitio » pero Sête era su sitio porque « allí pasé mi infancia y fue donde me enamoré por primera vez ».

Cuando su cuerpo le pidió parar, volvió a su playa. Murió, a los 60 años, en casa de un amigo, cómo no. Y fue enterrado al atardecer, al terminar el día, como si nada hubiera pasado, mirando al mar.

De alguna manera consiguió mantener la mirada puesta en esa línea que le dibujó incluso cuando estuvo lejos de ella. De hecho, Brassens hizo, con su carácter y su forma de vida, que París tuviera vistas al mar.

Las mil lenguas de Georges

A Georges Brassens nunca le gustó mucho viajar. Decía que no quería distraerse y perder el control de una carrera muy popular pero no masiva. A lo largo de su vida artística apenas pasó por Bélgica, Italia, Quebec y Reino Unido. A pesar de la cercanía, por ejemplo, jamás cruzó los Pirineos. Y aunque llegó a grabar un puñado de canciones en español, le sonó tan mal su voz que decidió no grabarlas. Ni siquiera en una época en la que estaba de moda cantar en otros idiomas para abrir otros mercados.

Joaquín Carbonell cuenta que él descubrió a Brassens en su pueblo de Teruel cuando José Sanchís Sinisterra llevó unos discos : « Me quedé impresionado y empezamos a traducir las letras ». Ese sentimiento intuitivo y urgente, esa necesidad de captar el espíritu de Brassens en el idioma natal se ha propagado por todo el mundo y a lo largo de todos estos años. Así, sus canciones han viajado mucho más que su autor.

El primero en descifrar las letras fue Josep María Espinás. El escritor y cantautor hizo varias versiones al catalán. En Euskera, más tarde, Anje Duhalde le dedicó un disco y Xabier Lete tradujo varias de sus canciones. Tras una visita al propio Brassens, Paco Ibañez realiza un disco en español con las adaptaciones de Pierre Pascal. Javier Krahe o Agustín García Calvo traducen otro puñado canciones y el propio Carbonell con la ayuda de José Ramón Catalán, publica dos discos, en 1996 y 2000, lo que supone el proyecto más importante de Brassens en español. Asegura el aragonés que « es muy difícil adaptar a Brassens porque hacerlo a partir de las letras es prácticamente imposible; hay que captar el sentido, la idea, el tono ».

Pierre Schuller asegura que « cada semana hay noticias de nuevas adaptaciones en los idiomas más exóticos que puedas imaginar o libros dedicados a sus letras, su figura o su influencia ». No tiene dudas de que Georges Brassens es un artista universal y actual.

Jöel López Astorkiza

NOTA1: Este reportaje se ha publicado en la edición de agosto del periódico Bilbao. Gracias a los protagonistas del mismo por ayudarme a glosar la figura de Brassens y a los editores del periódico por confiar en mí y en el bueno de Georges.

NOTA2: Los vídeos que jalonan el texto corresponden a los versos que inauguran los diferentes párrafos y temas. 

3 thoughts on “La poesía del pornógrafo

  1. Hola, Jöel. Me ha gustado mucho tu retrato de Brassens. Y me parece loable la tarea de darlo a conocer, especialmente a los jóvenes. Hay mucho que aprender de él, como ese afán de autoexigencia que tú destacas: “La única revolución posible es mejorar uno mismo esperando que los demás hagan lo mismo.”
    Te mando un enlace donde publiqué mi pequeña contribución a la causa brassenista: http://www.brassensencastellano.com/
    Un abrazo,
    Ramón

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